La noche anterior no se apagaba la luz ni a tiros y la habitación se llenaba de improvisadas “cabañas” hechas con toallas y ropa, gente con la cara tapada por una camiseta y demás… Hasta que finalmente a las 23h se hizo oscuro y pensaba que por fin podría dormir… Pero no.
Empezó la función de la orquestra nocturna del albergue, y es que eso era un festival de ruiditos de lo más variopintos. Desde los clásicos ronquidos y respiraciones ruidosas, hasta ruiditos de saco de dormir, alguna bolsa de plástico, alguien que parecía que estuviese comiendo patatas fritas, y algún que otro peregrino que regaló un pedaco explosivo a los presentes. A la mañana siguiente sería fácil encontrarlo porque seguro que su saco de dormir estaría agujereado después de tal explosión.