Día cuatro de nuestra ruta de Barcelona a San Sebastián en MTB. Estamos hechos polvo y eso se nota en que nos pusimos el despertador a las nueve de la mañana, y en que nos cuesta como media hora empezar a ser humanos funcionales. Seguramente ya te lo imaginas (además lo pone en el título…), pero hoy la idea es hacer tan solo los 36 kilómetros que nos separan de Sarsamarcuello, y dejarnos de “machadas”. Hoy no aguantamos 102 kms ni dopados hasta las cejas. El plan para el día es no cansarse mucho, llegar relativamente pronto a Sarsamarcuello, y descansar para afrontar al día siguiente la etapa reina a través de las montañas. (Y menos mal que lo hicimos así…)
Me he dado cuenta de que soy muy lento escribiendo y hoy hace justo un año de este día… ¡Tengo que ponerme las pilas!
No sé si lo había puesto antes, pero resulta que Jesús en algún momento se olvidó la toalla. Ahora no recuerdo si fue en algún albergue anterior o en su casa, pero el caso es que pensamos que como esta iba a ser una etapa corta, podríamos pasarnos por el Decathlon de Huesca a comprar una toalla y alguna cosa más que necesitáramos para la ruta. Según Google Maps eran poco más de 20 minutos y 6,5km… Eso es un paseo ¿no?

En fin, que mientras debatíamos el plan del día y tostábamos pan en la sartén para el desayuno…
¡PLAS!

…una de las bombillas de los ojos de buey del albergue se desencaja de su soporte y nos pega un susto de muerte. Como si fuera un presagio de que el día iba a empezar con mal pie.
Pasado el susto, hechos los bocatas, y comido el desayuno, abandonamos el albergue sobre las 11 de la mañana. Lo sé, es tardísimo, pero repito que estábamos hechos mierda, hoy no era nuestro día.
Salimos del albergue y nos dirigimos hacia el centro con las indicaciones que nos brinda GMaps. El trayecto al Decathlon no lo teníamos previsto y toca improvisar. Además, parece que las indicaciones en bicicleta de la app tampoco son tan malas, alguna vez que otra sí me ha funcionado bien, así que ¿por qué iba a ser distinto ahora?

Cruzamos Huesca siguiendo las indicaciones. Excepto algún conductor retrasado mental, todo transcurre con normalidad hasta la calle Alcañiz, donde tenemos que doblar a la derecha por un supuesto “Camino Almugay” que no encontramos. Ahora viéndolo con perspectiva lo veo muy claro, pero en ese momento el camino no estaba bien marcado, o estaba comido por la vegetación, o vete a saber qué, pero no lo vimos.
Total, que nos metemos por una calle a la derecha “a ver si es que el camino empieza más adelante”, y nos acabamos metiendo en una calle sin salida que hay al lado de una nave (que ahora veo que es el centro de conservación de carreteras). Esta calle nos deja en un parque de la época en la que Franco iba en pantalón corto, con un par de canis sentados al fondo. El último reducto de las edificaciones obreras del franquismo entre edificios modernos.
Tardamos poco en darnos cuenta de que por ahí no es, pero el barrio tarda menos en darse cuenta de nuestra presencia, y desde algún balcón oímos una voz que nos grita:
– “Qué pasa, que os habéis perdido??! JAJAJAJA”
Joder, entre los gitanos de ayer y esto, Huesca en Halloween debe dar más miedo que cualquier peli de terror.

– Manu tío, antes de entrar aquí había una valla con un camino de tierra, será por ahí…
– ¿Sí? De lujo, venga, vámonos de aquí…
Salimos de esa plaza y nos metemos como hacia el centro de conservación de carreteras, pero en vez de ir hacia la nave tomamos la pista de abajo, que parece que lleva ya hacia el campo…
…pero no.

Nos metemos en una especie de chatarrero/vertedero, que para variar tampoco tiene salida. Y para acabar de redondear la historia, al darnos la vuelta e intentar salir, vemos que vienen tres tipos hacia nosotros. Me cago en mi vida.

Uno de ellos nos vacila:
– ¿Qué pasa, que venís a trabajar un rato o qué?
Sus pintas no inspiran confianza así que intentamos no darle mucha cancha y largarnos de ahí echando hostias cuanto antes.
– No… estábamos buscando un camino, pero parece que no es este, ya nos vamos.
– ¿Qué camino? ¿Dónde váis?
– Ehm… Vamos hacia el polígono del Decathlon. Sale indicado como “camino Almugay” …
– No me suena de nada eso de “gay”, pero hay un camino ahí en la carretera, pasada la nave.
– Vale gracias, será ese, iremos por ahí.
Nos vamos alejando antes de que esos tres se acerquen demasiado o nos rodeen o algo, y luego le damos duro al pedal y adiós.
No llegamos a salir del chatarrero ese guarro, que aparece un coche de la Policía Nacional y entra al descampado con los pirulos encendidos… Esta mañana está siendo surrealista.

Deshacemos camino hasta llegar de nuevo a la carretera de Alcañiz, donde se supone que debe empezar el camino, y esta vez vamos más adelante, pasada la nave, y encontramos una pista de tierra. Parece que no es el famoso camino que buscábamos, pero es uno que va paralelo a éste, así que nos vale. Empezamos a pistear por este camino y vamos pasando naves. En una de estas naves vemos un tipo agarrado a la valla de fuera. Hasta aquí todo normal si no fuera porque no llevaba pantalones…
Por suerte fue la última sorpresa que nos deparó Huesca. Seguimos con el pisteo guarro hasta el polígono. Cruce a la derecha, otro cruce más, también a la derecha, uno a la izquierda, y llegamos al asfalto. Nos dejamos caer por la bajada al polígono hasta llegar al Decathlon. No hay pérdida pues en el polígono no hay nada más, qué tristeza de lugar.
Dejamos las bicis dentro mientras Jesús compra la toalla. Yo me llevo un poco de protector solar, que me lo he dejado en casa y ahora lo echo de menos.
Una vez fuera nos dan ganas de dar la etapa por finalizada aquí. Estamos molidos y con lo mal que ha empezado el día apenas apetece seguir, pero bueno, es lo que hay…

Decidimos no volver a Huesca deshaciendo camino sino intentar recortar un poco y enganchar con la ruta más adelante. Esta vez no tiramos de las indicaciones de bicis de GMaps sino que usamos las de coches, que esas siempre funcionan. Eso sí, evitando autopistas…
GMaps nos manda por Cuarte, Banariés y Huerrios, hasta enlazar con el trazado original en Chimillas. Le damos pedal al asfalto. Salimos del polígono, cruzamos la autovía, subimos el puente para cruzar la vía del tren (qué dura se me hizo, con la tontería que es…), pasamos el cartel de “Cuarte, gente con arte” *, doblamos a la derecha, y seguimos por otra carretera de tercera, hecha polvo y parcheada, que eventualmente mejora, vuelve a cruzar la vía del tren, y tras un cruce a mano izquierda nos deja en Huerrios. Ahí vemos una fuente pero decidimos no llenar los bidones al leer un cartel de que el agua no tiene garantía sanitaria. Y es que visto lo visto, con la suerte que estamos teniendo hoy, sólo nos faltaba eso.
* ahora en marzo de 2020 con el rollo del coronavirus hemos descubierto que Cuarte es un sitio chungo -> ENLACE
Salimos de Huerrios siguiendo el asfalto, cruzamos la Vía Verde de Huesca a Alerre, cruzamos la carretera A-132, y sobre las 12:50 estamos en Chimillas, pisando la línea del track original que llevaba en el GPS. Un poco tarde, pero bueno, en teoría desde aquí tan solo quedan 30 kilómetros hasta Sarsamarcuello, tan malo no puede ser.

Llenamos los bidones en una fuente que vemos (esta sí es potable), y comemos unos frutos secos antes de seguir avanzando. Se va levantando un leve cierzo que nos va a complicar el avance.
Salimos de Chimillas por el camino de Bolea, siempre en ligera subida (entre un 1 y un 2%) y con el viento suave pero en contra.

Apenas llevamos 19 kilómetros en el día de hoy pero creo que ambos hubiésemos firmado un final de etapa en Chimillas. La pista es monótona y en línea recta, en una constante y cansina subida que nos va agotando a medida que el cierzo nos frena. Y para rematar, como es mediodía, el sol pega de valiente. Menuda combinación.

Tras pasar el Carrascal de Castejón, la pista llena de pedrolos deja paso a una ligera bajada de apenas un kilómetro que nos cuesta disfrutar porque el viento nos frena. Abajo nos encontramos con una especie de casa señorial de la época, y con la pequeña Iglesia de San Miguel Arcángel. Bordeamos el complejo (¡ahora veo en el satélite que la iglesia tiene piscina! comorrr) y volvemos a pistear contra el viento en una ligera subida. Tres kilómetros, bifurcación a la izquierda, y otro kilometrillo de bajada hasta cruzar el (casi seco) río Venia. Y vuelta a la subida.
Bolea se divisa al fondo como un destino casi inalcanzable, postrada en la cima del montículo sobre el que se asienta. Cuatro kilómetros después volvemos a encontrarnos con una bifurcación. El track indica que tenemos que ir hacia la derecha y subir a Bolea. Menuda subida de gratis, ni de coña vamos a meternos por ahí si no tenemos necesidad… Y menos por esta pista empedrolada que nos está destrozando el físico y la moral.

Revisamos GMaps en el móvil y vemos que si tomamos el cruce a la izquierda, esta misma pista nos lleva a la carretera A-1206, con la que el track vuelve a coincidir unos kilómetros más adelante, ya habiendo subido y bajado de Bolea. Pues venga, allá que vamos, un poco de asfalto y “luego ya veremos”.
Como te puedes imaginar, ese “luego ya veremos” se convirtió en un “vamos por carretera hasta Loarre” porque tras probar la comodidad del asfalto no quisimos volver al sufrimiento de la pista…

La carretera tiene una pendiente suave, de alrededor de un 1%, y el tráfico es casi inexistente, así que vamos pedaleando mientras comemos unos frutos secos y disfrutamos de la relativa calma. Pasado Bolea la carretera pierde un carril y la línea central, y se convierte en una carretera estrechita con todavía menos tráfico. En el trozo final hacia Loarre la pendiente sube hasta alrededor de un 5%, pero por asfalto no se hace mal.

Tras casi cuatro horas y “tan solo“ 44 kilómetros llegamos a Loarre exprimiendo las últimas fuerzas en las rampas de la entrada, con una pendiente de más del 10%.
Como idea fantástica al planificar esta ruta de Barcelona a San Sebastián en MTB pensamos que “ya que estamos podemos subir al Castillo de Loarre si nos vemos con fuerzas”, pero ahora mismo eso nos parecía una broma de mal gusto. El turismo mejor lo dejamos para otra ocasión…
En la plaza de Loarre, sentados a la sombra y al lado de una fuentecita comemos algo y decidimos si seguir por carretera o por el camino siguiendo las flechas hasta Sarsamarcuello. Por carretera son unos cinco kilómetros y medio y apenas cien metros de desnivel, los cuales se ganan prácticamente en la entrada del pueblo, pues el resto es llano con tendencia a bajar. Y por camino pues son unos cinco kilómetros igual, no sé cuántos metros de desnivel, y un terreno de mierda por el que hay que hacer un buen tramo con empujabike. Adivina qué alternativa elegimos…

En nuestra defensa tenemos que decir que no sabíamos lo del terreno de mierda y lo del empujabike, que tampoco somos masoquistas hombre… Pero vaya, que salimos de Loarre por la A-1206 pero a los pocos metros nos metemos hacia la derecha por una pista que nos llevaría hasta Santa Engracia de Loarre. Pasado el cementerio nos despistamos y nos metemos por un campo con colmenas de abejas, tócate las narices. Si es que lo de que se cayera la bombilla esta mañana era un presagio, te lo digo yo.
Sin picaduras de abeja y dos kilómetros por pista después, las flechas nos indican que el camino a seguir es por un senderillo en bajada a mano izquierda. Oh sí, sendero ciclable en bajada, ¡por fin algo bueno!

Pero el sendero dura como… ¿100 metros? Literal. Cien metros. 100 metros que nos dejan delante de unos pedrolos para cruzar el río Seco. A partir de ahí toca patear. Patear mucho. Patear fuerte. Patear entre la maleza que nos araña las piernas y entre las moscas que revolotean nuestras cabezas.
Los primeros 100 o 200 metros de pateo todavía se llevan con filosofía. El camino es relativamente llano, no pasa nada, no nos alteremos. Pero después empieza a empinarse hacia arriba para convertirse en un empujabike terrible por una cuesta del 10% llena de pedrolos. Cagontó. Tras unos 400 o 500 metros de empujabike que se me hicieron eternos, volvió la pista y pudimos montar en la bici. ¡Hasta vino una bajadita! ¡Esto ya está hecho, seguro que hemos pasado lo peor!
Pero como ya te puedes imaginar… no era así. No.

Quedaba la guinda del pastel que no era más que un último empujabike satánico de 100 metros por una pista hormigonada de subida, que por lo que veo ahora tiene un 16% de pendiente aproximadamente. El remate final para acabar de destrozarnos y dejarnos con las piernas y las lumbares calentitas.
Te dejo con unas fotos para que goces del sufrimiento ajeno:





Una vez dentro del pueblo seguimos las flechas hacia el albergue, ¡y van hacia abajo! Si es que me cago en todo, hemos hecho el palurdo de gratis. Pero bueno, esto ya está.
Una vez encontramos el albergue llamamos a Antonio, que es la persona que se encarga de éste. Nos manda a su casa, al final de la plaza, donde su mujer nos atiende. Nos acompaña al albergue, nos sella las credenciales, firmamos el registro y pagamos. A las tres y media de la tarde hemos acabado el pedaleo. Poco menos de 49 kilómetros y 640 metros acumulados. A eso en mi pueblo se le llama salida globera…
Tenemos el albergue para nosotros. De todos modos, no esperábamos a nadie, y menos aquí. El albergue es una casita que hace esquina, de dos plantas. Abajo tiene el lavabo y la cocina-comedor, y arriba las literas y la ducha. Bastante apañado la verdad, estuvimos muy a gusto.


Nos comemos los bocadillos que hicimos por la mañana. Subimos los bártulos arriba y descansamos. Mientras Jesús se ducha yo me quedo en modo cactus en la cama, y me acabo durmiendo. Jesús por lo que me cuenta se acaba el agua caliente, sale echando hostias de la ducha y también se duerme en cuestión de minutos.


Al final nos despertamos casi a las siete y media de la tarde. Aprovecho para ducharme y lavar la ropa, y en cuanto nos damos cuenta son las 20:30 pasadas. El pueblo tenía un bar según nos dijo la mujer de Antonio, pero abría a partir de las 18:30. La cerveza de la victoria tenía que esperar.
– Oye Jesús que ya son las ocho y pico… ¿Vamos a por una birra o qué?
– Venga va, y de paso pedimos algo para comer también.
Pues en eso que bajamos al bar y está cerradísimo. Ahí no había nadie, ni parece que lo hubiese habido en toda la tarde. Y nosotros sin más comida que una tortilla precocinada, unas aceitunas y dos latas de atún… Y por si te lo estás preguntando: en el pueblo no hay nada. Absolutamente NADA. El sitio más cercano donde puedes comprar algo es en la tienda del camping del Castillo de Loarre.
Total, que empieza la lluvia de ideas locas como probar en Loarre a ver si hay algún bar, o mirar en la tienda del camping del castillo, venga vamos que llegamos rápido por la carretera, que con la luz del móvil y la luz trasera de la bici ya nos veremos suficientemente bien, que si no cenamos nada hoy mañana qué hacemos, que si tal y que si cual…

Al final lo más sensato fue la idea de Jesús: llamar a Antonio, el encargado del albergue, y contarle la situación. El tío debió pensar algo así como “y a mí qué cojones me contáis, parguelas”, pero si es hospitalero es por algo, y es que muy amablemente nos dijo que nos pasáramos por su casa, que nos daría algo para que no muriéramos de hambre. Al final salimos de su casa con un bote de espirales de pasta, una baguette y dos naranjas, y para pagárselo le dimos el poco dinero suelto que llevábamos, que serían unos tres euros y pico… A todo esto cabe decir que nos sorprendió la casa, decorada muy a lo vasco; y él tenía más pinta de Antxón que de Antonio. Pensarás “pues ok, y qué”, y es eso mismo, nada, una observación gratuita que te dejo escrita aquí.
De vuelta en el albergue cocinamos la pasta, que combinada con un poco de salsa de tomate que ya había por ahí y las dos latas de atún que llevábamos, hicieron un primero de lujo. La tortilla y el pan acabaron de darle el FUA a la cena. Nos habíamos quedado sin comida para el día siguiente pero no nos iríamos a dormir con hambre.

Necesitábamos este respiro: comer bien, descansar, no hacer nada… Mañana tocaba la etapa reina, tocaba cruzar montañas y tocaba el temido tramo de más de 30 kilómetros a través del monte sin fuentes ni pueblos ni señales de vida. Una etapa que acabó siendo bestial y épica, pero eso ya te lo cuento en la siguiente entrada de esta ruta de Barcelona a San Sebastián en MTB…
¡Salud y pedales!
Datos de la etapa:
Distancia: 48,79km
Desnivel: +641m
Tiempo en movimiento: 3h13min
Tiempo total: 4h30min
Dinero gastado: 26,50€ [13,25€ por persona] (13€ de la toalla y la crema en Decathlon, 5+5€ del albergue en Sarsamarcuello, y 3,50€ de la “compra” a Antonio)
Lugares donde dormir en esta etapa:
Bolea: (municipio de La Sotonera) Albergue de Bolea – 679 446 392 (Javier – hospitalero), 974 27 22 00 (Ayuntamiento) – Junto al polideportivo – La voluntad
Sarsamarcuello: Albergue de Sarsamarcuello – 618 614 669 (Antonio), 974 382 609 (Ayuntamiento de Loarre) – 5€
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Continúa tu lectura sobre la ruta de Barcelona a San Sebastián en MTB con la etapa anterior, la etapa siguiente, o la ficha del viaje.